Morelia, Mich., a 17 de abril.- Entre el silencio de las campanas y el retumbar seco de la madera, un grupo de hombres mantiene viva una de las tradiciones más solemnes de la Semana Santa en Morelia. Uno de ellos es Ulices Alejandro García Martínez, carpintero de oficio y campanero por vocación.
Tiene 45 años y desde hace siete forma parte de la Archicofradía de Matraqueros y Campaneros de Catedral. Supo de la cofradía gracias a una invitación pública en redes sociales. “Hizo la invitación por redes sociales para asistir a un repique especial, y pues asistí… desde pequeño tenía ganas de subir a las torres”, recuerda. “Me invitó si quería seguir participando, y pues a la fecha aquí sigo”.

Durante los días santos, las campanas se silencian por completo. Ulices explica que este acto tiene un profundo significado litúrgico: “Las campanas son símbolo de alegría, de fiesta… por los días santos, días solemnes, días de luto por la muerte de Nuestro Señor, pues las campanas se silencian. No podemos estar repicando las campanas a revuelo por el luto. Entonces, en lugar de las campanas, se toca la matraca monumental con un sonido seco, un sonido más tenue”.

Él mismo participó en la elaboración de una réplica de esa matraca, una pieza que no está en las torres, pero sí es mostrada al público y utilizada durante la Procesión de la Anuencia, que parte desde el templo del Señor del Prendimiento hasta Catedral. “Tuve el honor, el privilegio de poder participar en la elaboración junto con mi papá, que nos apoya también aquí en la cofradía… también participó otro tío, y uno de mis hijos, que en ese tiempo tenía 13 años”.
La cofradía está compuesta por unas 60 personas. Durante la Procesión del Silencio, participan cerca de 45 o 50 personas, mientras que otros compañeros se encargan de tocar la matraca durante la procesión. Es un servicio completamente voluntario. “El poder subir a las torres, el poder estar en un edificio histórico, religioso, el poder disfrutar desde allá arriba la vista de la ciudad, pues es algo maravilloso”.

Más allá de la emoción de estar en las alturas, la Semana Santa es para él un tiempo de introspección. “Es una experiencia de paz… estos días nos invitan a la meditación, a la reflexión. Ahorita se vive en unos momentos muy difíciles en la sociedad, de violencia, de malas situaciones… cada día debemos de pedir por la paz de la ciudad, en el mundo entero”.
Pero formar parte de la cofradía no es tarea sencilla. Requiere compromiso, tiempo y muchas veces sacrificios personales. “Requiere sacrificios y tiempos de trabajo, tiempos de la familia. Mi esposa, mis hijos, me apoyan mucho, pero de repente sí siento que les quito un poquito de su tiempo”.

A pesar de lo demandante, el interés de nuevos miembros sobre todo jóvenes sigue presente. “Tenemos varios candidatos, pero ahorita, como te comento, por su seguridad… como son escaleras, estar cerca de los balcones… se requiere un poco más de madurez”.
Cada domingo a las once de la mañana, los integrantes se reúnen en la puerta de la torre Oriente para subir al campanario, hacer los llamados a misa del mediodía y tocar las campanas del Ángelus. Antes de hacer sonar las campanas, realizan una oración en comunidad. “Ofrecemos por los mismos compañeros que participan, las familias, los amigos, ofrecemos por la ciudad, por la situación que se vive de repente, de violencia”.
Para Ulices, cada toque, cada ascenso, cada silencio y cada repique, es una forma de agradecer. “Es un privilegio, es todo un honor, es algo muy bonito… el poder servir de algún modo, el agradecer, el ofrecer a nuestra Madre Santísima, Padre Santo, por todas las bondades que nos ha dado: las angustias, las tristezas, el trabajo, sobre todo la familia… lo bueno y lo malo, lo que pasa en la vida… siempre hay que agradecer”.
Fotos: Alfredo Soria/ACG.