Arocutín, Michoacán.-En la madrugada del primero de noviembre inicia la colocación de la ofrenda de muertos en Arocutín. Se pondrá sobre las tumbas de tierra y piedra negra. Aquí no hay lujos, en cambio sí existen creencias y tradiciones que enriquecen al mundo, además de que sorprenden a propios y extraños.
En esta comunidad, perteneciente al municipio de Erongarícuaro y ubicada en la rivera del Lago de Pátzcuaro, ese mismo día se colocará un arco de flor de cempasúchil en la entrada de la Iglesia de Santa María Natividad (la cual es de corte indígena y data del siglo 16), pues por ahí llegarán las ánimas de nuevo a su tierra, con su familia, con sus recuerdos. Algunos habrán de sentir la presencia de sus desaparecidos, otros sólo rezarán por su eterno descanso a pie de sus tumbas.
Mientras la noche de velación, la noche de muertos, llega. Los familiares acuden a arreglar las tumbas, no importa que sean de tierra y piedras. Hay que darles forma, barrerles, arrancarles la yerba, echarles agua, limpiar sus cristos de herrería y madera. Hay sólo una de piedra de granito, con nombre grabado.
La ofrenda en cada tumba consistirá en adornarlas con flores, velas, chilacayotes, calabazas, elotes, chayotes, plátanos y mandarinas. Pero lo más importante es que la familia estará todo el día en ese lugar. Velará y llamará a su difunto con el recuerdo. El escalofrío será natural, pues en esta zona el frío cala.
Destaca que la Iglesia de Santa María Natividad es la única en esta región que mantiene el campo santo en el atrio, lo que brinda al visitante una enigmática experiencia, en un escenario pasado pero que se vive en el presente.