Por Gustavo Vega
En Michoacán, la tradición de las calaveritas de azúcar es una herencia que la familia Jiménez Vaca mantiene viva desde hace generaciones, resistiendo a la competencia de productos industriales y a la influencia de mercancías extranjeras. Karina Urquiza Jiménez, una de las artesanas más representativas, explica el proceso artesanal que distingue a sus creaciones de aquellas producidas en masa, cada una elaborada a mano con una dedicación única.
A diferencia de las calaveritas que se producen de forma industrial en México o se importan de países como China, la familia Jiménez Vaca crea cada pieza de manera individual y detallada, sin un patrón establecido. “Cada color que ponemos, tratamos de combinar los colores… no es nada más una máquina que avienta el color de todas parejo”, explica Urquiza. Esta metodología artesanal permite que cada calaverita sea única y refleje el esfuerzo manual y la creatividad de los artesanos, quienes adaptan sus diseños de acuerdo con las demandas y tendencias actuales.
El proceso de creación de las calaveritas es meticuloso. Emplean dos tipos de técnicas: una con glas, que se trabaja en frío y permite manipular la masa, y otra de azúcar refinada, que requiere un proceso a altas temperaturas con cazos de cobre y moldes de barro. Cada calaverita implica varios pasos: moldeado, secado y decorado, lo cual requiere meses de preparación para la temporada de Día de Muertos. “Empezamos a trabajar desde enero hasta esta fecha. Todo el año la estamos invirtiendo para hasta ahorita recuperar nuestra inversión”, comenta Urquiza, mostrando la importancia de la dedicación y tiempo que exige el proceso.
Para la familia Jiménez Vaca, la competencia con la producción masiva ha sido un reto. Sin embargo, ven en esta situación una oportunidad para fomentar el valor de lo artesanal. Con precios que van desde los $7 pesos para calaveritas pequeñas hasta $300 pesos para figuras más grandes, buscan un equilibrio entre tradición y accesibilidad. En sus calaveritas también integran diseños actuales, incluyendo altares dedicados a mascotas, reflejando la conexión de la comunidad con sus seres queridos y adaptándose a las nuevas generaciones.
Aunque en los últimos años han notado un desinterés en algunos jóvenes por estas tradiciones, Urquiza considera esencial transmitir este legado. “Es una tradición y realmente Michoacán es la tradición más grande del Día de Muertos”, dice. Por ello, la familia ha buscado nuevas oportunidades, como su reciente establecimiento en una plaza popular, donde esperan recibir una gran afluencia de personas interesadas en adquirir estas piezas únicas.
Con más de 21 artesanos involucrados, todos familiares, la familia Jiménez Vaca mantiene una cadena de conocimiento que pasa de generación en generación. La tradición inició con la bisabuela de Karina, quien a sus 86 años aún continúa involucrada en el oficio. Esta herencia cultural y familiar simboliza la resistencia de la tradición michoacana de las calaveritas de azúcar, que sigue viva y lista para iluminar los altares de México.