Héctor DIMAS

La tarde del 18 de febrero, en la Plaza México, resultó ser fatídica para el matador de toros Héctor Gutiérrez,  pues durante la quinta corrida del serial de reapertura, el torero hidrocálido sufrió una cornada en la pierna derecha por el toro “Heroico” de la ganadería Villacarmela, en su primera aparición.

Entre vítores y ovaciones digitales, la comunidad internauta se abalanzó como en marabunta para celebrar la acometida del animal, bajo el argumento de estar en contra de la “tortura animal”.

Esto es prueba –como apunta Fernando Savater– de que incluso los miembros más reflexivos de cualquier colectivo suelen considerar evidentemente superfluas y prescindibles las costumbres de otros que ellos no comparten, pero lo que está en juego, cuando se pide abolir definitivamente las corridas de toros no pueden ser sino cuestiones morales de fondo.

Ser capaces de sufrir no les convierte en sujetos morales, salvo en la óptica utilitaria animalista, pero en todo caso merece consideración por parte de los agentes racionales que se benefician de ellos.

Por otra parte, dentro del rango de seres artificializados por la cría de acuerdo con nuestros intereses, ciertas bestias criadas para el deporte o el espectáculo como los caballos de carreras o los toros de lidia ocupan sin duda un rango aristocrático por el trato privilegiado que comúnmente reciben. 

Entre los que se oponen a la fiesta brava existe un encarnizamiento de carácter religioso donde éstos quisieran colgar a los aficionados al toro, pensamiento que resulta contradictorio.