A las 6 de la tarde, el aire de la plaza Jardín Morelos ya estaba impregnado de la energía de la marcha. Colectivas y activistas feministas del Frente Violeta, con la fuerza de una causa que no entiende de silencios, dieron inicio a la tercera y última manifestación conmemorativa del Día Internacional de la Mujer.

El evento comenzó con un solemne pase de lista de las mujeres víctimas de feminicidio, un recordatorio doloroso pero necesario de que, aunque la lucha sigue, muchas de ellas ya no están. Las voces resonaban en el aire, algunas quebradas, otras llenas de rabia, todas unidas por el mismo propósito: visibilizar la violencia estructural que persiste en la sociedad.

A medida que las marchantes avanzaban por la avenida Acueducto, la energía se intensificaba. Bengalas de colores iluminaban el camino y las consignas se alzaban al unísono. “No estamos todas”, gritaban con fuerza, como una denuncia ante la brutalidad de los feminicidios, las desapariciones, las agresiones, las violaciones y la brecha salarial que aún arrastran las mujeres en el país.
El contingente se desplazó hacia la avenida Madero Oriente, donde el ambiente se volvió más denso, más cargado de emociones. Las manifestantes, cada una con su propia historia, con su propia lucha, no dejaban de pintar las calles con sus voces y sus consignas. Al llegar a puntos clave, como la fuente de Las Tarascas, se hicieron más evidentes las intervenciones, las pancartas y los grafitis que dejaron su marca en cada esquina.

Mientras tanto, en la zona oriente del Centro Histórico, un grupo de adolescentes y jóvenes, principalmente del Frente Violeta, iniciaba su marcha hacia el Palacio de Gobierno. En su recorrido, el aire se llenaba de pegatinas y lonas, símbolos de su inconformidad ante una sociedad que no ha logrado garantizar la seguridad y el bienestar de las mujeres.

Con cada paso, las calles se cubrían de huellas, no solo de las manifestantes, sino de las mujeres que, invisibilizadas por el sistema, siguen buscando justicia. La marcha, aunque imponente en su fuerza, también llevaba consigo una tristeza profunda: la constancia de que la lucha sigue siendo necesaria. Y aunque la jornada de ese 8 de marzo terminara, el grito, la memoria y la resistencia seguirían resonando.

Fotos Asaid Castro/ Felix Madrigal/ACG