-Héctor Dimas

En la novela «El túnel», del argentino Ernesto Sábato, hay una idea que permea en el acontecer actual de la Selección Mexicana de futbol: «La frase “Todo tiempo pasado fue mejor” no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido».
Esta semana, el conjunto azteca tuvo uno derrota inaudita contra Venezuela en la Copa América 2024 que se disputa en territorio estadounidense.

México se había enfrentado al cuadro sudamericano en 13 ocasiones, arrojando un saldo de 10 victorias a favor, 3 empates y ninguna derrota.
El partido del 26 de junio fue el número 14, alzándose con la victoria los de la “Vinotinto”, a casi cien años del primer encuentro entre estas dos selecciones, que fue en 1938.
¿Qué agravia al aficionado mexicano? Lo que más lo ofende es perder con una selección que él considera un equipo débil, ganable. Y podría serlo; el deporte de arraigo en Venezuela es el beisbol. Pero la realidad es otra: México no juega a nada. México tiene tiempo jugando a nada, muriéndose de nada.
La famosa reestructura que vendría después del fracaso en el Mundial de Qatar 2022 no ha llegado todavía. Seguimos en espera del cambio generacional en el “Tricolor”. Seguimos esperando movimientos que sean verdaderos precedentes.

La Liga MX tendría que ser un semillero de jugadores que sean prospectos a ser figuras del torneo local, para luego emigrar a Europa, por un precio donde el equipo no quiera ver reflejado el caudal de oro en una primera transacción, rozarse con otro tipo de futbol, otras exigencias, tratar de acceder a mejores ligas o clubes, y sólo así nutrir a la Selección Mexicana de lo mejor.
La realidad es otra: no hay trabajo en fuerzas básicas, o no al menos el que debiera. Las estrellas jóvenes son comprados en la liga doméstica. Los equipos piden millonadas por los jugadores. No hay ascenso y descenso. Partidos en Estados Unidos para robustecer las arcas de la Federación Mexicana de Futbol. A lo mejor, todo tiempo pasado sí fue mejor.

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