En Morelia, el gaspacho es mucho más que una botana; es un ícono cultural que despierta pasiones y polémicas. Su sabor fresco y picosito acompaña los días soleados de la ciudad, pero detrás de esta mezcla aparentemente simple de frutas y condimentos, hay una disputa que lleva décadas: ¿quién inventó el gaspacho?

Para algunos, la respuesta es clara: José Alfredo Ferrer Ortiz, quien en 1976, tras una noche de excesos de estudiantes, picó jícama, le añadió queso, cebolla morada, limón, vinagre y chile verde para aliviar la resaca de los jovenes. Este experimento no solo funcionó como remedio, sino que cautivó a los primeros curiosos que lo probaron, convirtiéndose en la base de lo que ahora conocemos como gaspacho.

Pero no todos están de acuerdo con esta versión. Desde otro rincón de la ciudad, la familia que maneja el negocio de “El Güero” asegura que los gaspachos nacieron en su local, “La Merced”, allá por 1970. Según cuentan, la idea surgió cuando una clienta pidió que la fruta se picara más fina para evitar masticarla demasiado. Este gesto dio pie a una tradición que ahora es inseparable de la identidad moreliana.

Aún hay más. Algunos afirman que el gaspacho se ofrecía desde hace más de 50 años como una opción saludable y económica para los estudiantes que cruzaban el Bosque Cuauhtémoc. Esta teoría apunta también a los Ferrer, quienes continúan atendiendo puestos en el bosque, perpetuando el legado que, según ellos, comenzó con su padre.

En medio de estas narrativas cruzadas, lo único seguro es que el gaspacho moreliano, con su combinación de mango, jícama, piña, jugo de naranja, chile y queso cotija, ha evolucionado hasta convertirse en un emblema de la ciudad. Aunque la receta tradicional incluye cebolla, vinagre y chile verde, hoy es común encontrar variaciones con sandía, más queso o salsas especiales.

Jose Ferrer (nieto de don jose), uno de los herederos del legado gaspachero, reconoce que las nuevas generaciones a menudo se sorprenden al descubrir los ingredientes originales. “Los jóvenes no saben que lleva cebolla, pero las personas mayores siempre piden que se lo prepare como es”, comenta mientras atiende su puesto en el bosque.

A pesar de las diferencias sobre su origen, el gaspacho sigue siendo un punto de encuentro entre locales y visitantes. Mientras los nacionales suelen aventurarse a probarlo, los turistas extranjeros a menudo encuentran extraña la combinación de sabores. Sin embargo, quienes se atreven, terminan convirtiéndose en promotores de esta singular delicia en otros rincones del mundo.

La batalla por el título de inventor del gaspacho moreliano probablemente nunca se resolverá. Para algunos, lo importante es el sabor y la experiencia de compartir un vaso bajo la sombra de los árboles del Bosque Cuauhtémoc o mientras se recorre el centro histórico. Para otros, el gaspacho es un recordatorio de que las tradiciones, aunque disputadas, son el alma viva de una ciudad.

Porque al final, no importa quién lo inventó, sino el hecho de que el gaspacho sigue siendo la mejor excusa para disfrutar de Morelia con todos los sentidos.

Fotos y video: Félix Madrigal / ACG.