Por: Alfredo Soria/ACG.
Corría el año 89 y en los portales no había cafés para sentarse a conversar o leer, solo comerciantes ambulantes. “En aquellos entonces en los portales no había más que dos cafés, porque todo estaba ocupado por comerciantes”, recuerda José Refugio García Guerrero. Él, entonces con 25 años, caminaba entre ese caos, guitarra en mano y con una idea que apenas germinaba.
José había llegado a Morelia después del 1985, tras el terremoto que cimbró la Ciudad de México. “Asustado, pues dije, hubo un pretexto para irme a la ciudad de la música”, comenta. La capital michoacana, famosa entre los músicos por su conservatorio y su órgano monumental, lo recibió como a tantos otros: con paciencia. Él traía consigo una historia familiar de canciones; su padre cantaba con mariachi, un tío había tocado con Los Dandys, otros más eran rockeros. Y aunque se desvió primero estudiando en el Conalep, buscando una carrera más formal, la música lo alcanzó. Ya en Bellas Artes, se topó con un grupo de compañeros que cantaban y tocaban en grupo. Fue ahí donde encontró su camino: La Tuna.


“Me incorporé a esta actividad ya grande, fíjate. Me incorporé en el 89, soy del 64 y ya tenía mis 25 años… y empezamos muy poquitos, andábamos cuatro o cinco compañeros”. Los fines de semana tocaban donde se podía: un par de cafés, un restaurantes en el bulevar, como el Mesón Vasco o La Posta de Gallo. Tocaban para juntar dinero y comprar instrumentos. También, para mandar hacer sus primeros trajes.
Pero esos trajes estaban lejos de ser correctos. “Nos equivocamos rotundamente, no conocíamos nada y los hacíamos así con mucho oropel… en vez de discreto los hicimos con mucho dorado, bien charoleros”, confiesa entre risas.
La primera gran prueba llegó en 1992. Con motivo de los 500 años del descubrimiento de América, fueron invitados a un festival en Murcia, España. Armaron un grupo de diez personas, lo mínimo requerido para competir. “Cuando llegamos lo primero que nos dijeron fue: ‘Sabemos que en México hay mucho oro, pero es demasiado… ese traje tiene que ser un traje de estudiante, debe ser más discreto’”. Era su bautizo internacional y, como era de esperarse, pagaron la novatada.
Aun así, en ese viaje, conocieron a una tuna de estudiantes de derecho con más de cien años de historia, cuyo anuario mostraba fotos de cada generación. “Cuando ellos subieron al escenario, yo de verdad que me impresioné mucho porque era un centenar de gente… subieron como seis generaciones a tocar en el escenario”.


Murcia fue apenas el principio. Gracias a esa tuna amiga, fueron invitados a otro certamen en Portugal. El viaje que iba a durar 15 días se convirtió en una travesía de dos meses. Se presentaron en Braga y luego en Oporto. “Tuvimos mucha fortuna… ganamos la mejor interpretación musical y el mejor solista”.
Ese primer reconocimiento los motivó a seguir, a corregir, a crear una identidad. Porque, como dice José, “la estudiantina mexicana tiene su propia tradición”. Y aunque las universidades en México no sostienen a las tunas como en España, ellos han construido su historia tocando en portales, en certámenes, en donde haya oídos dispuestos a escuchar. “Nosotros lo que queremos es seguir siendo atractivos para las nuevas generaciones”.
José es hoy el tuno mayor de la Tuna Real de Don Vasco, agrupación universitaria que está por cumplir 25 años. Su papel, más allá de tocar y cantar, es el de orientar. De asegurarse que quienes lideran al grupo estudiantes o profesores mantengan vivo el proyecto. También se involucra en los arreglos musicales, la selección del repertorio y la incorporación de instrumentos antiguos como la bandurria, el Timple canario o la Bandola colombiana.


“Soy nacido en la Ciudad de México, pero mis padres son de la Sierra Tarahumara, Chihuahua. Mi padre es tarahumara… ya soy más moreliano que chilango, o más bien soy un chilango en Morelia”. Con esa mezcla de identidades, José ha recorrido el mundo con la Tuna Real de Don Vasco: España, Portugal, Francia, Suiza, Perú, Colombia. Lugares donde han sido embajadores de la música, del canto compartido y de un sueño que nació entre ambulantes y guitarras baratas, en los portales de una ciudad que también ha cambiado con ellos.
Fotos: Cortesía y Alfredo Soria/ACG.