Morelia, Mich., a 5 de junio.- En medio de lonas y casas de campaña instaladas frente a Palacio de Gobierno en Morelia, el profesor Pedro Gabriel Avilés, originario de la comunidad indígena de Comachuén, municipio de Nahuatzen, cumple dos semanas participando en el plantón que sostiene la Sección XVIII de la CNTE Poder de Base. Tiene 49 años y casi la mitad de su vida la ha dedicado a la enseñanza en comunidades purépechas.
“Ya tenemos casi 25 años de servicio en las comunidades indígenas de nuestro nivel”, cuenta. Su historia como maestro comenzó en el año 2000, cuando fue asignado por primera vez a Ocumicho, en el municipio de Charapan. En ese entonces, vivía en Comachuén y debía trasladarse todos los días.


“La comunidad de origen a la que me asignan por primera vez… en tiempo normal hacíamos alrededor de tres horas para trasladarnos diariamente. Por tal motivo, decidimos quedarnos cerca de la comunidad donde trabajábamos, para poder estar ahí de forma puntual todos los días de la semana.”
Ese traslado no era sencillo: eran caminos de terracería sin transporte regular. “No había medios de transporte fijos, sino que cualquier unidad que pasara… y si no pasaba, pues teníamos que llegar caminando”. Así fue su primer contacto con el magisterio indígena: a pie, con mochila al hombro, esperando un “raite” o caminando.
Aunque su carrera comenzó en tiempos complicados, para él no era nuevo recorrer largas distancias para acceder a la educación. Como estudiante, recuerda haber salido de casa antes de las 4 de la mañana para llegar a tiempo a la secundaria. Ya como maestro, esa disciplina no cambió.
“Nunca he pedido ningún permiso. Cuando falté una ocasión fue por enfermedad, pero jamás he faltado al trabajo. Regularmente, siempre estoy una hora antes en la escuela. Empiezo a revisar tareas y apoyar al que lo necesite”.



Durante sus primeros años trabajó con niños de primer ciclo de primaria, es decir, primero y segundo grado, por más de ocho años. Después fue asignado a los grados más altos, quinto y sexto, donde permanece actualmente. Ha impartido clases en comunidades monolingües en purépecha, donde el idioma era la base de toda comunicación.
“La comunicación era casi al cien por ciento en purépecha”.
Sin embargo, no todas las comunidades valoraban el uso de la lengua indígena. En una de sus asignaciones, la comunidad era predominantemente hispanohablante y se resistía al purépecha. “Al inicio en esa localidad no querían, no les parecía útil aprender una lengua; en este caso, el purépecha. No les gustaba, no les interesaba. De igual manera, el personal docente tampoco insistía en ese lado”. Fue a través de las danzas tradicionales que Pedro logró introducir poco a poco el interés por la cultura local. “De esa manera se abrieron las puertas para avanzar”, recuerda con especial emoción, al contar cómo una alumna destacó en un concurso de conocimientos en lengua purépecha.
Pero no todo ha sido celebración. Con el paso del tiempo, ha notado cambios en las dinámicas familiares que afectan directamente el rendimiento de sus alumnos. “Actualmente tenemos una situación muy lamentable en las comunidades: ya vemos el abandono de los alumnos. Los padres de familia tienen que salir ambos a trabajar cada día. Es un fenómeno triste”. Describe cómo muchos niños pasan gran parte de la tarde solos, sin supervisión. Algunos, incluso, se quedan en la escuela hasta que sus padres regresan del campo, cerca de las cinco de la tarde.
En respuesta, los docentes han impulsado actividades extracurriculares para acompañar a los estudiantes. “En mis inicios eran más recurrentes estas actividades extra clase. Hacíamos manualidades, deporte, también nos enfocábamos en danza… seguimos en esa misma rutina”.
Pese a las adversidades, Pedro habla con orgullo de su trayectoria. “El interés y el que uno, al final, se siente agradecido… lo hemos visto en cada ciclo escolar que culmina con el reconocimiento de algunos padres de familia y alumnos”.
Además de la enseñanza, su compromiso con sus estudiantes lo ha llevado a apoyarlos incluso fuera del aula. “Hay niños que llegan sin comer nada, sin ningún material. En ocasiones, como maestros, algunos no entendemos su situación económica, su situación familiar… y pues los que tenemos la manera, ahí les apoyamos con lo que tengamos: desde traerles libretas, un taco, unos cinco o diez pesos, para que no estén nada más viendo a los demás compañeros”.
Actualmente, Pedro se encuentra en una comisión que le permite seguir cerca de sus compañeros y al tanto del funcionamiento de las escuelas. Sin embargo, su preocupación está ahora en el futuro del gremio. El motivo de su presencia en el plantón en Morelia es, en gran parte, la incertidumbre sobre las condiciones de jubilación.
“Estamos prácticamente en la exigencia de que se nos atienda, de que se revise una situación que sí vemos complicada: a los que vamos a empezar a jubilarnos, ese recurso que nos estén dando sea apenas una tercera parte del salario actual que recibimos. Consideramos que eso es injusto”.
Consciente de que su único ingreso proviene de su labor docente —y que muchos compañeros están en la misma situación—, reclama lo que considera un derecho legítimo. “El salario ahí se va quedando. Poder generar una ganancia o un ahorro es bien difícil… y que cuando ya estemos jubilados únicamente nos estén dando el 30% de nuestro salario, ahora sí la vamos a ver más difícil”.
A pesar de todo, el profesor Pedro Gabriel Avilés sigue firme en su vocación, con la claridad de una convicción que no ha cambiado desde aquel primer día en Ocumicho, donde educar es una forma de resistencia.
📸 Fotos: Alfredo Soria / ACG