Por Asaid Castro
Morelia, Michoacán. – Antes del amanecer, los cielos de Morelia retumbaban con el eco de cohetes que atravesaban el aire frío, anunciando el día de la Virgen de Guadalupe. Desde el barrio de San Diego hasta las zonas más alejadas de la ciudad, los rezos y cánticos guadalupanos se extendieron como un susurro colectivo, un preludio de fe que convoca a miles.
En la Calzada Fray Antonio de San Miguel, conocida entre los devotos como la Calzada San Diego, un río de peregrinos avanza hacia el Santuario Guadalupano. Algunos llevan imágenes de la Virgen, otros se mueven de rodillas sobre las piedras, donde cada gesto de dolor es convertido en gratitud.
“Osmar es mi hijo. Le hicieron una cirugía a su bebé de 3 años, y gracias a la Virgen que él le pidió, aquí estamos, agradeciéndole el favor”, cuenta María Mora. Ayuda a su hijo a cambiar los cartones que protegen sus rodillas mientras avanza lentamente para cumplir su manda.
Luis, con un cuadro de la Virgen colgado al pecho, camina desde la colonia Gertrudis Sánchez, un trayecto que repite desde que tenía 5 años.
“Mi abuelo me vestía de San Diego para agradecer que tenemos familia. Él ya falleció, pero aquí sigo viniendo, caminando y agradeciéndole a mi Morenita”, explica con fervor en la mirada, mientras ajusta su dirección al interior del Santuario para presentarse a los pies de la Virgen.
En la calzada, los contrastes son palpables. Algunos penitentes avanzan en completo silencio, otros con lágrimas recorriendo sus mejillas; otros más, susurran oraciones o cantan La Guadalupana. Los visitantes abren espacio para que los devotos continúen su camino.
“Es admirable lo que hacen. Aunque lloren o les duela, siguen avanzando”, comenta Javier, un espectador que observa desde las bancas de piedra.
El dolor como ofrenda
“El dolor no es nada cuando recibes un milagro”, asegura Héctor, un hombre de 58 años que avanza con su nieto en brazos al interior del Santuario.
Desde las Tarascas hasta el Templo de San Diego, el recorrido de rodillas se extiende por más de 500 metros. Para muchos, es un camino arduo, pero también una ofrenda hacia la creencia popular de la aparición de la vrigen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac.
El ambiente se llena de olores y sonidos: el aroma a copal, cañas y flores se mezcla con la música de banda y los gritos de los vendedores ambulantes que ofrecen antojitos, fruta y recuerdos religiosos.
La meta, el Santuario
Dentro del Santuario, las luces doradas iluminan la imagen de la Virgen de Guadalupe, rodeada de flores de todos los colores. Los fieles, al llegar, se persignan en silencio o entre sollozos por el dolor, mientras otros entonan cánticos con una mezcla de alivio y júbilo.
Afuera, los concheros bailan al ritmo de tambores, niños vestidos de San Dieguitos y niñas con trajes de güares avanzan entre el bullicio de la verbena popular, mientras los peregrinos buscan descansar con sorbos de atole y gorditas de nata en los puestos cercanos.
Fotos Asaid Castro/ACG